domingo, 8 de junio de 2014
Laberinto
no entiendo dónde
ni cuándo me perdí.
Suena la alarma,
del celular
(no ya reloj despertador)
y me arroja
¿a la vida?
Un espacio de cielo
por la ventana
me desafía a más,
pero no hay
recorridos nuevos:
el café, la calle invadida
de gente impaciente;
el molinete de ingreso a la oficina
que me niega tres veces
hasta que comienza a funcionar;
la misma gente que no sabe
para qué se sienta en el mismo lugar
día tras día a esperar,
que llegue el viernes.
Tu mirada me envuelve,
cuando menos lo espero.
Sé que te amo,
es todo lo que sé,
y cuento los minutos
que me llevan a vos.
Hablamos del dinero
que no alcanza,
de los jefes
que no gobiernan,
de la injusticia,
y del miedo.
Soñamos con ser otros,
pero no tanto.
Pasan las semanas
y yo me enredo,
en mi propio laberinto
de causas perdidas,
y tiempos muertos.
Me estiro, saco un brazo
y el otro,
me incorporo
hasta ver la trampa
en toda su dimensión.
viernes, 8 de noviembre de 2013
El hombre del libro
martes, 3 de septiembre de 2013
Imperfectos

Todo expuesto.
Cada milímetro,
cada píxel.
No ya la ternura,
ni la espera.
La réplica.
La urgencia.
La extrema exigencia,
de la perfección,
en cada píxel.
Soy llanto.
Soy furia.
Soy impotencia,
teñida de injusticia.
No existe
la perfección milimétrica.
Me hundo
en mi humana tristeza.
Lloro.
No ya de impotencia,
de dolor.
Me estremezco.
Miro tu imperfección,
algo se ablanda dentro.
Tu mirada me puede,
veo algo nuevo.
Imperfecto.
Frágil.
Humano.
Te veo,
abandonado de vos mismo,
te tiendo la mano.
Estás ahí
No me llevás a Disney,
no tenemos una casa
en el country.
Me das tu dolor
y yo lo abrazo.
(Los píxeles corren
confundidos)
sábado, 24 de agosto de 2013
Interferencia
te veo
y no te creo.
Se resiste
la mente,
a entender
que estás ahí.
Vos no te vas,
me mirás,
me hundo,
me pierdo,
me sostenés,
me tenés.
Me guardo el corazón,
revuelto,
en la cartera.
Desacomodado,
inundado,
interferido.
Vuelvo a casa
distraída,
me concentro,
intento sintonizar,
sin embargo,
algo hace ruido.
domingo, 18 de agosto de 2013
De todos modos
viernes, 26 de julio de 2013
Te miro estar
miércoles, 24 de abril de 2013
Lo que aprendi de vos
Mirando una vez más
puedo decirte
las tantas cosas
que no me dijiste
y volver a escuchar
de tus silencios
las miles de palabras
tan guardadas
Cuantas horas
nos lleva iluminar
con paciencia
una ventana
y esperar a la luna
hasta guardarla
para poder de nuevo
recobrarla
Cómo puede
tan solo una canción
cambiar el ánimo
o quizás un pájaro
o una flor
que crece
de mañana
No se puede olvidar
un gran amigo
y el silencio
de su ausencia
es compañía
mientras que los colores
cambian
como cambia la vida
Y desafina el alma
que conoce,
una sola melodía
insuficiente
pero necesaria,
para arrullar
los juegos
y las risas.
Mientras tanto
el sol dora la cresta
de los andes,
pasan los días
y alguien anda,
silenciosamente,
jugando una partida
con la vida.
sábado, 2 de marzo de 2013
REALITY SHOW

Ansiedad, nervios, exigencias. Todo debe estar en su lugar, lo que voy a usar, lo que voy a decir, cómo me voy a parar, qué voy a mostrar, qué voy a ocultar y lo que es más importante aún, en qué escenario. Todos los días nos preparamos para nuestra vida como si participaramos de un reality show.
Y es posiblemente cierto, porque en cualquier momento alguien o nostros mismos considera que está viviendo un momento digno de postearse, y detiene su vida por un microsegundo para sacar una foto con el celular y subirla a algún lado. En el pequeño reality show que es mi vida elijo qué mostrar y qué esconder como parte de las tareas de la vida cotidiana. El pasado de moda festejo cumpleañero con la torta, las velitas y los tíos, abuelos y amiguitos trayendo algún regalito y jugando a “correr” ya no es aceptable. Mega peloteros, nintendos, videojuegos, animadoras, body painting ... todo es poco para sobresalir en la dura competencia por la mejor escenografía.
La escuela, la facultad y hasta la académica disertación de un científico ya no pueden permitirse ser simplemente un diálogo, un compartir esforzado y posiblemente aburrido de experiencias; ahi también llega el reality. Ya no se dan conferencias, ahora son presentaciones, tienen que sacudirnos, despertarnos, generarnos interés. La ciencia dice que la mayoría de lo que se escucha no se retiene, de manera que hay que buscar otros medios para reemplazar la voluntad individual de recorrer el camino de la pregunta y la apertura a la búsqueda de respuestas. No hay tiempo para esperar ese proceso. Tiene que ser ya. La máxima eficiencia para aprovechar al máximo esa hora en la que estamos siendo parte de nuestro propio reality show.
La despersonalización de la era industrial fue el tímido comienzo de un proceso que aún no termina. Decimos que somos de la generación digital, que ahora todo está al alcance de todos, nos llenamos de satisfacción viendónos una y otra vez en la web, tenemos más seguidores en una hora que la desafortunada Marilyn o que el mismo Gandhi.
Nos miramos al espejo de la web. No más introspección. No es necesario, ahora podemos ver nuestra imagen reflejada en un lago mucho más potente que el del pobre Narciso. ¿Seremos atraídos a él hasta hundirnos? ¿Desapareceremos a través de las exigencias de tener la última computadora, el mejor auto, la ropa de marca, los esmaltes de uñas de colores, el pan proteico con multicereales que nos garantiza la vida saludable?
Somos extrospectivos, creemos que basta encender las pantallas para conocernos. Conversaciones y más conversaciones, fragmentos de información que llegan entrecortados como piezas que vamos armando como podemos, rápido, sin detenernos demasiado, porque ya no hay tiempo.
Pensamos que la imagen de Carlitos Chaplin parado al lado de la cadena de producción mimetizándose con una gran maquinaria de hierro es cosa del pasado. Si tuvieramos que hacer una nueva Tiempos Modernos, el celular (mucho más práctico, de bolsillo) sería la gran maquinaria y, en vez de ajustar tornillos, estaríamos simplemente presionando la tecla adecuada.
jueves, 27 de septiembre de 2012
INVISIBLES
jueves, 5 de julio de 2012
Mapa en cajita de musica
lunes, 12 de septiembre de 2011
TODO SE ENTIENDE AL FINAL
De repente llega Juan Cruz, que ya vive solo. No me saluda, me dice: ¿hay comida?. Ravioles, heladera, microondas, le respondo mientras sigo escribiendo. Rosario, que ya tiene veintitres no está en casa porque se fue a estudiar a casa de Celina. Eso hace que la cocina, en general poblada de sus apuntes, su laptop, el esmalte de uñas, la lima, el celular,el termo y el mate, esté despejada y en condiciones de ser utilizada por el resto de los habitantes del departamento.
Muchas veces me descubro preguntándome cuándo se termina esto. Andrés, el más chico está a punto de cumplir dieciocho y acabo de terminar de pagar, bajo protesta como siempre, mi último viaje a Bariloche, bah, mio es un decir, el último que pago yo y en el que viajan ellos.
¡Y si! Son cinco. Cuando las llamadas anunciándome problemas con Nicolás, mi hijo mayor, interrumpían mi hora semanal de clase de flauta traversa, Gabriel, mi profe de entonces, me decía que mi probabilidad estadística de tener un quilombo era altísima, y que si cada uno de mis hijos protagonizaba dos desastres anuales yo ya tenía garantizado el problema mensual. Sí, leyeron bien, dice mi profesor de flauta traversa, ¿o acaso una madre no puede estudiar música? ¿o para ser una verdadera y dedicada madre lo único que uno tiene que empuñar en la vida es el cucharón de sopa?
Este es el momento en que alguien me dice que si cuando me casé no tenía televisor, y comentarios de ese tipo que cuestionan mi inconciente y feliz decisión de ser una madre descontrolada, como diría Susanita, la de Mafalda. Aunque, tengo que ser sincera, yo de Susanita no tengo nada. También debería decir que tampoco me senté durante horas, cual estatua del pensador de Rodin a meditar acerca de mi futuro, de mi proyecto vital, de las implicancias demográficas y sociológicas que podría implicar el excesivo poblamiento del barrio de congreso, es más creo que apenas hicimos cuentas. Debo reconocer que influyó en mi, el haber quedado inesperadamente embarazada a los dieciocho. Después de eso, cualquier desafío relacionado con la maternidad me parecía pan comido. ¡Cuanta impulsividad! Pero, ¿quién puede resistirse a esas caritas de ángeles, a esos ojitos achinados que te miran como si fueras lo más importante del universo mientras te dedican una silenciosa sonrisa? En ese momento, uno no piensa, ni siquiera se imagina, la cantidad de palabras que escuchará en los años venideros de su nunca-más-tranquila-vida.
Los primeros años son un sueño, pero en el sentido literal de la palabra, porque dejás de dormir y te convertis en sonámbula. Todavía no hablan, ni caminan, pero lloran. Comida,sueño,caca,comida,sueño,caca. El diagnóstico es bastante simple, solo que aprenderlo mientras intentás quedarte despierta y escapar de la catarata de comentarios, consejos, advertencias y maledicencias de tu suegra y de tu madre es realmente la primer tarea que te hace exclamar: ¿En qué estaba pensando cuando me metí en esto?
Es justo en ese momento de deseperación que ellos o ellas dejan escapar el primer “mamá” con una vocecita que te arranca las lágrimas y eleva tu autoestima en picada (porque ya emepezaste a pensar que sos una mala madre, que no te podés quedar despierta, que te olvidás de todo, que no te gusta cambiar pañales, que se le paspó la cola porque sos una inútil, etc, etc) y te hace posicionarte en la línea de largada de una carrera que pensás - ilusa- que solo te llevará los próximos 15 años de tu vida.
Luego viene una etapa en la que se justifica todo el entrenamiento que nuestra malvada profesora de educación física nos obligó a realizar mientras eramos adolescentes (feliz época de la vida en la que uno no quiere hacer nada y le parece muy bien). Primer ejercicio: levantamiento de pesas. Todo bien hasta los cuatro o cinco meses. Ni te cuento con la desesperación que empezás a esperar que dé “sus primeros pasitos” la mole de ocho meses que ya pesa más de ocho kilos y que tenés que acarrear con vos en todos los instantes de tu vida. Quiero aclarar que si bien, mi relato es estrictamente desde la perspectiva femenina, gran parte de las mismas tareas son compartidas por el padre, que si se involucra debidamente en la crianza, sufrirá los mismos síntomas relacionados con sueño, baja autoestima, dudas existenciales y necesidad de retomar el entrenamiento en el gimansio.
Como la naturaleza es sabia cuando llega el momento de pasar a otra etapa vos ya-no das-más y estás desesperada/o esperando que aprenda a caminar, porque entonces si, “va a ser más fácil” . (Por si no se han dado cuenta la naturaleza, que por algo también es madre, nos engaña. Yo todavía sigo pensando que dentro de unos a años “va a ser más fácil”).
Los primeros pasitos están muy bien. Lo terrible es darte cuenta de repente de la cantidad de cosas que hay en los muebles, en las paredes, en todos los lugares a los que el nene o la nena ahora alcanza, que tenés que salir a sacar de ahi ¡urgente!. Tu casa, antes hermosamente decorada se convierte en un campo después de la cosecha. Nada. Todo lo que hay se encuentra al menos a un metro de altura. Lástima los controles remotos, los botones del televisor (¿a nadie se le ocurrió pensar en ponerlos más alto?).
Y así, sin casi darte cuenta pasas los próximos cinco años bajándolos de algún lugar al que no deberían haberse subido, o subiéndolos a algún lugar a donde deberían estar pero “solitos” no llegan, atando cordones, cerrando y desabrochando camperas, secando jugo o leche de alguna mesa o del piso, o lo que es aún peor corriendo detrás de ellos en alguna plaza para que se queden cerca y a salvo, es decir bajo el círculo de tus posibilidades de alcanzarlos.
Y una vez más no das más y pensás que todo se va a solucionar cuando empiecen el colegio. Perdónenme esbozar una amplia y sarcástica sonrisa y mirarlos con compasión.
Este es el momento en que me detengo a anunciar con orgullo que luego de veintisiete años de lucha estoy a punto de terminar por quinta vez mis estudios secundarios. Y está vez es la vencida. Se acabó. No más uniformes para lavar y planchar, no más reuniones ridículas a las 7 de la mañana, no más útiles, cuadernos, trabajos prácticos de último momento, no más cuestionamientos institucionales acerca de tu vida, del modo en que educás a tus hijos, de si trabajás y los abandonás o de si no trabajás y no los mantenés.
Tres años de jardín de infantes, siete de escuela primaria, cinco de secundaria. Acompañar a tus hijos para que hagan lo que de ninguna manera y bajo ningún concepto tienen ganas de hacer y lograr que finalmente lo hagan solos. Pasas los primeros años y la vas piloteando, llegás con los pedidos de útiles urgentes que te sorprenden a las seis de la tarde de ese día que llegás a tu casa deseando darte una ducha y meterte en la cama y descubrís que tenés que empezar a recorrer las librerías del barrio buscando goma eva color fucsia porque ese y no otro es justo el color que le tocó a tu hijo para vaya a saber qué importantísmo ejercicio de alto nivel educativo. Y lo peor de todo es que lo lográs y cuando llegan a séptimo grado todavía te miran con amor y agradecimiento y te crees que ya está que sos una buena madre y está todo bien.
Error. Un día hermoso de otoño les preparás el desayuno, aunque ya son grandes pero bueno, una madre es una madre y anunciás desde la cocina : ¡ya está el café con leche!, y esperás, y nada. Te quedás tranqui porque está todo bien y vos ya pasaste lo peor y volvés a insistir. Nada. Finalmente vas a su cuarto y entrás sin golpear, porque sos su madre. ¿Qué hacés mamá que te pasa? No entrés a mi cuarto, tengo sueño. ¿Qué desayuno? No, no quiero nada. No. Tengo sueño. Se da vuelta y sigue durmiendo luego de haberte puesto su mejor cara de orto. Vos lo querés matar pero no sabes cómo. Has ingresado en el horrible mundo del adolescente.
Todo tiene su lado positivo y es muy importante descubrirlo para poder enfrentar los duros años de batalla que se avecinan. Primero: podés dormir el sábado y el domingo a la mañana, nadie te va a despertar pidiendote nada antes de las diez, mínimo. Segundo: recuperaste tu autonomía de movimientos. Podés salir de tu casa sin pensar con quién los dejo, dejás de negociar cosas ridículas con tu vieja, con tu amiga, con la tía , con tu vecina para poder ir al médico, a la peluquería, a hacer las compras e incluso a trabajar para pagar las cuentas a fin de mes. Te sentís dueña de tu vida y pensás que la cara de culo es pasajera y que no es para tanto. Y tenés razón, unos cinco años más tarde con la misma facilidad con que te echaron de su habitación te llaman una mañana con desacostumbrada voz afectuosa y te dicen : ¡Vieja! ¡Vení , mirá esto que te quiero mostrar!
Una vez más te engañás y decis: bueno ya está, son grandes tienen dieciocho o más, van a hacer su vida, a ganarse su plata, no van a estar en casa nunca, voy a tener un rato más para mi. ¿Tengo que repetir lo de la sabiduría de la naturaleza y todo lo demás? Antes no te hablaban, ahora no se callan. Sos su madre, la que los conoce, la que los banca en las buenas y en las malas, la que les perdona lo que sea, la que los quiere en forma incondicional. Nadie te da un premio, ni un título, no salís en la tele, no te pagan un plus, solo vos sabés que estuviste donde tenías que estar, aunque muchas veces pensaste en estar en otra parte.
Cuando te diste cuenta tu vida se llenó de risas y de cuentos, de lágrimas compartidas, de montones de hijos e hijas adoptivas que pasan por tu casa y te llaman “tía” porque saben que ellos también pueden contar con vos. No se parece a lo que te habías imaginado. Es mucho más. Sin embargo yo siempre digo que la maternidad es como ir por un tunel oscuro, sabes que es por ahi, que la salida está allá adelante pero no la ves. Todo se entiende al final.
domingo, 24 de julio de 2011
Ilusiones
y el corazón
voy creyendo que es por ahi
y les doy mi vida
Si se van me apuro a buscar otra
algo, algo, una excusa, un proyecto,
algo, algo, algo
que me salve del vacío
que soy
Me ilusiono
me frustro
con cualquier cosa
que este a la mano
podés ser vos
o la promesa de un elogio pasajero
mi corazón cobarde
no quiere silencios
ni espacios incompletos.
La esperanza
es un salto al vacío,
al no yo,
a ese vacío que quiero
llenar
con ilusiones.
miércoles, 23 de febrero de 2011
DESDE EL AULA
Ventanas. Bancos. Barrotes. Cerraduras.
Para que no entre nadie desde afuera.
Ni se escapen los de adentro. Ni lo de adentro.
Nada. Ni ideas. Ni sentimientos. Ni miedos.
Sentarse a esperar que suene. La salvación que viene de afuera.
Soñar, con que se adelante el timbre.
Que nos larguen. Que nos suelten.
Que nos dejen estar en otro lado.
En casa.
En la calle.
En la plaza.
En el cyber.
En algún lugar, por donde se cuele la vida.
En algún lugar, en donde no nos mientan.
Que no nos digan. Que está todo bien.
Que somos chicos.
Que nos falta mucho para morir.
Que tenemos la vida por delante.
Que somos el futuro.
La esperanza. Los sueños de los que no supieron vivir.
Ni soñar . Ni volar. Ni esperar. Ni tener ilusiones.
Volar.
Salir.
Estar afuera.
Que alguien nos desate.
De los pizarrones. De la tiza mal borrada.
De las voces huecas.
De los repetidores de palabras.
De los textos que no son libros. Párrafos estériles.
Esterilizados.
Para que no nos hagan mal.
Para que podamos digerir sin indigestarnos.
El pais.
La violencia. El miedo.
La mentira. La hipocresía.
La historia. Las mentiras de la historia.
La literatura censurada. Ideologizada.
Cambiada.
Cansada. Hasta cansarnos.
También a nosotros.
Que estamos bostezando y queremos gritar.
Que caminamos cuando queremos correr.
Correr. Saltar. Rebotar. Volar.
Hasta el cielo. Hasta el infinito.
Abran la puerta.
Por favor.
jueves, 10 de febrero de 2011
DALE GAS ...
domingo, 24 de octubre de 2010
Todo lo que se hace por amor
De los pecados que están establecidos y debidamente clasificados tengo de todos un poco, de algunos mucho. Y esta afirmación no tiene en absoluto el objetivo de hacerme sentir culpable, porque a esta altura ya aprendí que es inevitable. Me sirve, en cambio para no engañarme. Porque cuando me miro limitada, soberbia, desconfiada y temerosa, incapaz para la alegría y triste casi de profesión, sé que yo también necesito una mirada de amorosa compasión sobre mi vida.
Solo así se me va la hipocresía que me hace sentir que yo estoy bien y vos mal.
A todos mis amigos torpes e imperfectos como yo les agradezco el paso por mi vida. También la comprensión en los días en que solo pienso en cambiar el mundo con violencia. Los que me quieren saben que me muero de impaciencia y que me duele la espera en mis tiempos de ceguera. Pero gracias a ellos sigo aquí .
Porque el escándalo del amor lo supera todo y es la única respuesta, el bálsamo donde todo se cura, el punto de llegada y de partida.
Y me equivoco mucho y vos también y soy terriblemente incapaz de vivir aceptando mi destino.
Nietzsche, que como nosotros era un desesperado, también lo dijo: todo lo que se hace por amor está más allá del bien y del mal.
domingo, 26 de septiembre de 2010
UNA PALABRA
Cuantas veces precisamos la vida entera para cambiar de vida, lo pensamos tanto, tomamos impulso, y vacilamos, después volvemos al principio, pensamos y pensamos, nos movemos en los carriles del tiempo con un movimiento circular, como los remolinos que atraviesan los campos levantando polvo, hojas secas, insignificancias, que a más no llegan sus fuerzas, mejor sería que viviéramos en tierra de tifones. Otras veces es una palabra cuanto basta.
( José Saramago .La balsa de piedra)
Enredados. Desafortunadamente encadenados al destino. No sabemos si está todo bien o todo mal. Nos fue saliendo así, como una planta que a veces crece torcida y otras, se va en vicio.
Una mañana, uno sale al balcón empuñando el mate recién cebado y declara: A este malvón hay que podarlo! Un rato después, tijera en mano, lo despojamos sin dudar de todo lo que sobra, sin avaricia, sin temor. Y el cambio es una fiesta, un despertar de brotes escondidos, un alivio de la pesadumbre de hojas secas, desgastadas. Confiamos, sabemos que la vida recomienza, que nada se pierde, que la poda es ganancia, paradójica como todas las verdades que vale la pena conocer.
El punto de inflexión está en los diez segundos antes, cuando tijera en mano, no sabemos lo que puede suceder, porque hemos aprendido cuánto somos capaces de equivocarnos, hasta qué punto, con que aparentemente terribles e irreversibles consecuencias. Tenemos miedo. Dudamos. Nos permitimos, por un segundo, creer que el destino, todo el destino está en nuestras manos. Le atribuimos a nuestra pequeña y desdichada acción , envergadura de decisión fatal, de creación divina, de poder absoluto. Temblamos. Porque no esperamos ser salvados de nosotros mismos. Como un niño que no sale a jugar por miedo a ensuciarse o a romper algo. Nos creemos dueños absolutos, pequeños dioses.
Prisioneros de nuestras propias prisiones, contemplándonos infinitamente en un auto construido panóptico nos volvemos exigentes, inflexibles, despiadados. Nos exigimos mucho, pero no nos alcanza, de modo que exigimos también al resto. A los otros, a los que nos rodean. Pedimos cuentas. Porque la vida es una cosa seria. Porque no hay redención, ni perdón.
Y todo eso es polvo, remolino, insignificancia, porque no estamos dispuestos a escuchar ni una palabra.
Sin embargo, a veces es una palabra cuanto basta.
viernes, 17 de septiembre de 2010
VOCACION

De golpe nos vi. Estábamos los dos parados a cierta distancia del borde de la vereda. Mirábamos cómo los chicos jugaban y se ensuciaban. Yo con mi vestido impecable de florcitas y los soquetes blancos. Vos, con tu remerita de algodón azul francia impecablemente planchada, el pantalón de sarga de esos que son para fiestas y los zapatos lustrados como un espejo.
Te miraba de reojo. Te espiaba.
De repente me daba cuenta de que vos también me estabas viendo. Entonces, como un rayo, mis ojos se dirigían al piso mientras el corazón me saltaba como si fuera una de esas pelotas de goma chiquitas que rebotan por todas partes. El universo de mis zapatos guillermina y el dibujo gastado de las baldosas ocupaban todo mi campo visual. No podía moverme. Escuché que una voz de mujer adulta te llamaba : ¡Juan! Y no pude evitar levantar la mirada como si ese grito fuera una orden, poderosa, invencible, que dominaba mi débil voluntad.
Mis ojos se cruzaron con los tuyos y fue como millones de mensajes pidiendo ayuda intercambiándose en segundos. La imagen del náufrago en la isla, de Ulises peleando contra la tempestad, de Penélope resistiendo a los pretendientes, todas se me vinieron a la mente, mientras una mano de persona adulta te llevaba lejos de mi vista.
Yo me quedaba sola, como siempre, en medio de esa enorme soledad de los chicos que no tienen permiso para jugar porque mezclarse con los otros está mal y puede acarrear siglos de gritos y privaciones.
Miraba a Belén y a Gloria con sus trenzas desechas, desparejas, entrar y salir del elástico. Se reían, se empujaban. Yo también sé jugar al elástico, pensaba. Cuando me quedaba a solas con mi abuela, lo enganchaba entre dos sillas del comedor y saltaba y me daba cuenta de que no era tan difícil como parecía de lejos, de que yo también podría jugar si alguien me lo propusiera.
Era lindo estar en la vereda un rato. Respirar el aire, sentir el frío en la cara, escuchar los pájaros que revoloteaban en el árbol del vecino.
Volvía a mirar ese lugar que vos ocupabas cuando estabas, cuando te dejaban salir. No estabas. No ibas a regresar ese día. No antes de que mis papás volvieran del supermercado y me llevaran de vuelta. Pasaban los coches, las bicicletas, las señoras con perros y yo seguía ahí, inmóvil pero feliz, como los presos cuando los dejan salir al patio. Eso lo había visto en una película. Los presos que tenían que estar encerrados porque eran malos, - porque si no hacían desastres, como yo - , podían salir un rato al patio. Todos los días salían. Yo me portaba bien, me esforzaba, era la abanderada, pero igual había muchos días que me quedaba adentro.
Volvía a pensar en vos. Yo sabía que te llamabas Juan porque se lo había escuchado a tu mamá. ¿Qué estarías haciendo en ese momento?
Un Fiat 1500 azul se estacionó frente a mi. Me tomó desprevenida. ¡Eran ellos!
¿Qué estás haciendo aquí afuera? ¿ Con qué permiso? , me saludó la voz de mi mamá con su habitual tono de reproche.
¡Andá ya para adentro! , agregó mi papá que como siempre no quería quedarse en el bando contrario.
Me di vuelta y entré en la casa. Mi mamá le seguía diciendo a mi papá – como si yo no estuviera ahí o fuera de palo – : “la próxima vez nos la llevamos porque tu mamá la deja hacer cualquier cosa”
Miré por última vez a las chicas jugando en la vereda. La ventana me separaba de los ruidos, del aire, del olor de la calle.
Se había acabado el recreo. Busqué un libro y me senté en mi cama. Era Mujercitas. Jo escribía novelas encerrada en el altillo y yo pensaba: cuando sea grande voy a ser escritora.