domingo, 8 de junio de 2014

Laberinto

No llego a mi,
no entiendo dónde
ni cuándo me perdí.
Suena la alarma,
del celular
(no ya reloj despertador)
y me arroja
¿a la vida?
Un espacio de cielo
por la ventana
me desafía a más,
pero no hay
recorridos nuevos:
el café, la calle invadida
de gente impaciente;
el molinete de ingreso a la oficina
que me niega tres veces
hasta que comienza a funcionar;
la misma gente que no sabe
para qué se sienta en el mismo lugar
día tras día a esperar,
que llegue el viernes.
Tu mirada me envuelve,
cuando menos lo espero.
Sé que te amo,
es todo lo que sé,
y cuento los minutos
que me llevan a vos.
Hablamos del dinero
que no alcanza,
de los jefes
que no gobiernan,
de la injusticia,
y del miedo.
Soñamos con ser otros,
pero no tanto.
Pasan las semanas
y yo me enredo,
en mi propio laberinto
de causas perdidas,
y tiempos muertos.
Me estiro, saco un brazo
y el otro,
me incorporo
hasta ver la trampa
en toda su dimensión.






viernes, 8 de noviembre de 2013

El hombre del libro

Te lo podías cruzar en cualquier esquina del barrio, a juzgar por las horas que pasaba dando vueltas por ahí, se podría deducir que no salía de sus inmediaciones. Algunos conjeturaban acerca de los motivos, la falta de auto para desplazarse más lejos, la incomodidad que le producían los colectivos, o el simple conformismo que lo hacía afirmar que todos los mundos eran similares.
Flaco, de estatura mediana, la cabeza chica, andaba sigilosamente. A veces se detenía en alguna vidriera, pero no se podría afirmar que estuviera mirando algo en especial. Lo veíamos pasar, acostumbrados, como si fuera parte del paisaje. Al principio se podría decir que no lo notamos, que no nos dimos cuenta de nada. Era un transeúnte más, uno de los tantos ciudadanos aburridos que podían tener cualquier trabajo de medio tiempo o vivir de renta. Después de todo, la ciudad estaba llena de gente así, anónima, intrascendente, desconocida. Sin embargo todo cambió el día que empezamos a notar su especial particularidad.
Era uno de esos días de lluvia en Buenos Aires, de esos día en que el cielo se pone gris plomo, y empezás a rezar para que aguante hasta que llegues a tu casa, porque no hay paraguas que te salve. Yo estaba con Tessi. Veníamos las dos como locas, riéndonos, tentadas, despreocupadas de las miradas, divertidas, compartiendo uno de esos secretos que te dan la sensación de tener el mundo en las manos. Casi se diría que corríamos, nos frotábamos los ojos y la risa nos brotaba contagiosa. Era como una catarata de imágenes, de ideas, de presupuestos, de vaticinios de un futuro promisorio. Fue en ese momento que simplemente, nos chocamos con él, mejor dicho, que nos lo llevamos por delante. 
El accidente no hizo más que aumentar la risa, le pedimos un perdón de compromiso, mientras lo ayudábamos a levantarse del suelo. Ahi lo descubrimos, que no soltaba el libro que traía en la mano. No lo soltaba ni para hacer palanca en el suelo y ponerse de pie. Era como parte de su cuerpo. Uno de esos libros de política, algo como “la revolución utópica en el marco de las dictaduras latinoamericanas” . No le llevo mucho recomponerse y alejarse de nosotras con un “estoy bien” apenas audible. 
Nos hubiéramos olvidado de él si no hubiera sucedido algo sumamente extraño. Fuéramos adonde fuéramos, él estaba ahí. Sentado en la mesa de al lado del café, colgado del pasamanos del mismo vagón del subte, en la cola del banco. Estaba. Indiferente. Silencioso. Con la misma ropa, la camisa a cuadros, el pantalón azul . Lo único que cambiaba era el libro. Lo único infaltable era el libro. Uno no puede salir sin ropa  a la calle, pero definitivamente puede salir sin llevar un libro. Al menos, eso pensaba yo en aquel entonces.
Al principio nos pareció casualidad, pero con el paso de las semanas, algo empezó a inquietarnos. ¿Nos estaba siguiendo? ¿Estaría perpetrando alguna especie de venganza literaria para enseñarnos a ser educadas y evitar que anduviéramos riéndonos a ciegas por la calle?
Como andábamos con miedo, comenzamos a observarlo con obsesión, hasta el punto de no saber si era él que nos perseguía a nosotras, o nosotras a él. Entonces Tessi empezó a desarrollar la idea, de registrar día por día los detalles de nuestros encuentros, ya no tan casuales. La preocupaba esta cuestión del libro, llegó a creer que era una especie de espía, con un libro de claves. Me costó más de una semana convencerla de la inutilidad de ir a una comisaría a exponer su teoría conspiratoria.
Con el tiempo nos dimos cuenta de que los libros iban cambiando, a pesar de mantener el  tamaño en las mismas dimensiones. 
Una tarde lo seguimos hasta la puerta de una librería vieja, de esas de compra venta. Nunca habíamos estado en un lugar así, los libros pertenecían al extraño mundo de las viejas tareas escolares, cada vez más reemplazables por fotocopias o archivos en la computadora. Nos invadió un olor húmedo, penetrante: L as paredes, las mesas, todo estaba tapizado de una marea de títulos, de letras de distintos tamaños, unas brillantes, otras opacas. No sé en qué momento sucedió. Me quedé atrapada en uno de esos tomos de literatura rusa, de letra chica, que debía tener unas ochocientas páginas. En la tapa, con letras doradas estaba escrito: Los hermanos Karamazov. Simplemente no lo pude dejar, una palabra se encadenaba a la otra, me perseguía, me sugería, me invitaba, el mundo afuera se desdibujaba. El barrio era cualquier barrio y el lugar cualquier lugar. 
A lo lejos escuchaba la voz de Tessi que decía palabras que para mi, ya no tenían sentido. Levanté la vista y la vi alejarse corriendo, asustada, tropezando con los cordones medio desatados de sus zapatillas blancas. 

Desde entonces casi no levanto la vista del libro que tengo entre manos, pero cuando lo hago, mis ojos se tropiezan con el hombre del libro que sonríe discretamente antes de continuar su camino.

martes, 3 de septiembre de 2013

Imperfectos

Nada al azar.
Todo expuesto.
Cada milímetro,
cada píxel.
No ya la ternura,
ni la espera.
La réplica.
La urgencia.
La extrema exigencia,
de la perfección,
en cada píxel.
Soy llanto.
Soy furia.
Soy impotencia,
teñida de injusticia.
No existe
la perfección milimétrica.
Me hundo
en mi humana tristeza.
Lloro.
No ya de impotencia,
de dolor.
Me estremezco.
Miro tu imperfección,
algo se ablanda dentro.
Tu mirada me puede,
veo algo nuevo.
Imperfecto.
Frágil.
Humano.
Te veo,
abandonado de vos mismo,
te tiendo la mano.
Estás ahí
No me llevás a Disney,
no tenemos una casa
en el country.
Me das tu dolor
y yo lo abrazo.
(Los píxeles corren
confundidos)

sábado, 24 de agosto de 2013

Interferencia

Dejo de respirar
te veo
y no te creo.
Se resiste
la mente,
a entender
que estás ahí.

Vos no te vas,
me mirás,
me hundo,
me pierdo,
me sostenés,
me tenés.

Me guardo el corazón,
revuelto,
en la cartera.
Desacomodado,
inundado,
interferido.

Vuelvo a casa
distraída,
me concentro,
intento sintonizar,
sin embargo,
algo hace ruido.

domingo, 18 de agosto de 2013

De todos modos

Dejarse llevar
ser lo que el ahora pide
estar ahí, 
solo ese instante,
sin esperar
que algo empiece
o que termine,
o que tenga glamorosas
e impensadas consecuencias

dejar que el alma se cruce
de vereda 
y mienta un poco,
se sienta cómoda
libre 
de tocar y provocar
de dar sin reclamar
olvidada de quien es
por un segundo

darle la vuelta a todo
mirar sin ver
estar para escapar
de los motivos ordenados
del miedo 
de las listas de cosas para hacer
no creer que algo va a cambiar
y ser feliz
de todos modos.

viernes, 26 de julio de 2013

Te miro estar

Te miro estar,
hablar
pasar los días,
desenredar
de a poco,
los temores
de sueños
y pasiones

Calcular las mañanas
y los días
y los minutos 
para estar despierto
Planear la vida
para retenerla
en la mezquina
historia permitida

Arriesgar temeroso
las palabras
y esperar que te 
encuentre mi mirada
y transforme los miedos
en deseos
y los deseos
en palabras.

Escuchar y esperar
que diga algo
que arranque de una vez
tu alma
tanto tiempo 
cuidadosamente
replegada.

Te miro estar
hablar,
esperar, 
que pronto
algo suceda
y mientras
sin querer

me voy quedando.

miércoles, 24 de abril de 2013

Lo que aprendi de vos


Mirando una vez más 
puedo decirte
las tantas cosas 
que no me dijiste
y volver a escuchar
de tus silencios
las miles de palabras
tan guardadas





Cuantas horas
nos lleva iluminar
con paciencia
una ventana
y esperar a la luna
hasta guardarla
para poder de nuevo 
recobrarla

Cómo puede
tan solo una canción
cambiar el ánimo
o quizás un pájaro
o una flor
que crece
de mañana

No se puede olvidar
un gran amigo
y el silencio
de su ausencia 
es compañía
mientras que los colores
cambian
como cambia la vida

Y desafina el alma
que conoce,
una sola melodía
insuficiente
pero necesaria,
para arrullar
los juegos 
y las risas.

Mientras tanto 
el sol dora la cresta
de los andes,
pasan los días
y alguien anda,
silenciosamente, 
jugando una partida
con la vida.




sábado, 2 de marzo de 2013

REALITY SHOW



  Ansiedad, nervios, exigencias. Todo debe estar en su lugar, lo que voy a usar, lo que voy a decir, cómo me voy a parar, qué voy a mostrar, qué voy a ocultar y lo que es más importante aún, en qué escenario. Todos los días nos preparamos para nuestra vida como si participaramos de un reality show.

  Y es posiblemente cierto, porque en cualquier momento alguien o nostros mismos considera que está viviendo un momento digno de postearse, y detiene su vida por un microsegundo para sacar una foto con el celular y subirla a algún lado. En el pequeño reality show que es mi vida elijo qué mostrar y qué esconder como parte de las tareas de la vida cotidiana. El pasado de moda festejo cumpleañero con la torta, las velitas y los tíos, abuelos y amiguitos trayendo algún regalito y jugando a “correr” ya no es aceptable. Mega peloteros, nintendos, videojuegos, animadoras, body painting ... todo es poco para sobresalir en la dura competencia por la mejor escenografía.

  La escuela, la facultad y hasta la académica disertación de un científico ya no pueden permitirse ser simplemente un diálogo, un compartir esforzado y posiblemente aburrido de experiencias; ahi también llega el reality. Ya no se dan conferencias, ahora son presentaciones, tienen que sacudirnos, despertarnos, generarnos interés. La ciencia dice que la mayoría de lo que se escucha no se retiene, de manera que hay que buscar otros medios para reemplazar la voluntad individual de recorrer el camino de la pregunta y la apertura a la búsqueda de respuestas. No hay tiempo para esperar ese proceso. Tiene que ser ya. La máxima eficiencia para aprovechar al máximo esa hora en la que estamos siendo parte de nuestro propio reality show.

  La despersonalización de la era industrial fue el tímido comienzo de un proceso que aún no termina. Decimos que somos de la generación digital, que ahora todo está al alcance de todos, nos llenamos de satisfacción viendónos una y otra vez en la web, tenemos más seguidores en una hora que la desafortunada Marilyn o que el mismo Gandhi.

  Nos miramos al espejo de la web. No más introspección. No es necesario, ahora podemos ver nuestra imagen reflejada en un lago mucho más potente que el del pobre Narciso. ¿Seremos atraídos a él hasta hundirnos? ¿Desapareceremos a través de las exigencias de tener la última computadora, el mejor auto, la ropa de marca, los esmaltes de uñas de colores, el pan proteico con multicereales que nos garantiza la vida saludable?

  Somos extrospectivos, creemos que basta encender las pantallas para conocernos. Conversaciones y más conversaciones, fragmentos de información que llegan entrecortados como piezas que vamos armando como podemos, rápido, sin detenernos demasiado, porque ya no hay tiempo.

  Pensamos que la imagen de Carlitos Chaplin parado al lado de la cadena de producción mimetizándose con una gran maquinaria de hierro es cosa del pasado. Si tuvieramos que hacer una nueva Tiempos Modernos, el celular (mucho más práctico, de bolsillo) sería la gran maquinaria y, en vez de ajustar tornillos, estaríamos simplemente presionando la tecla adecuada.

jueves, 27 de septiembre de 2012

INVISIBLES

¿Cuán complicado puede ser ir a Luján un domingo? No es tan lejos pensaba, después de todo, la gente llega allí caminando. Luego de varios meses de darle vuelta al asunto encontré alguien que finalmente me acompañara a la basílica y a vistar la tumba del Cardenal Pironio. ¿Por qué? Porque sí, porque siento una ternura increíble por esa pequeña imagen de la Virgen que año tras año atrae hacia sí las esperanzas, los dolores y las alegrías de nuestro pueblo. Lujan, de algún modo siempre fue para mi un lugar popular y mágico a la vez. El lugar de las hazañas imposibles. Un año, cuando solo tenía dieciocho,me pasé diez horas arrodillada curando las ampollas de los peregrinos que pasaban por la ruta. Fue una de esas cosas que pensás que no vas a poder hacer hasta que te ves haciéndolo. Esta vez solo iba de paseo, no pensaba tener que atravesar otra hazaña imposible. Mi amiga Patricia y yo nos encontramos a las diez y media de la mañana en Plaza Once dispuestas a tomar el expreso a Luján, colectivo 57 que reemplaza a la desaparecida Lujanera. Me acerco al empleado de la empresa para preguntar si era el colectivo correcto y me responde mostrándome una cola de alrededor de doscientas personas que atravesaba la plaza. Tenemos un problema con los choferes, me dice, pero estamos tratando de resolverlo. Me voy a hacer la fila y al rato llega mi amiga. No se por qué extraña confianza en el pais, basada en no se qué maldita costumbre ancestral, se nos ocurrió pensar que el tema no sería tan grave y que de todos modos si lográbamos llegar, volver ya no sería un problema. Después de todo, vamos a Lujan, acá nomás, 70 km, un lugar al que la gente llega caminando. Nos subimos al bondi a las 12 del mediodía luego de salir intrépidamente a cargar el Sube en algún lado porque, de no ser así, había que conseguirse veinte pesos en monedas para pagar el pasaje. Por supuesto eso tampoco fue fácil. Finalmente, Pato encontró un kiosko en donde realizar la transacción y a las 12 :10 hora argentina estábamos sentadas en el micro que, rebosaba de gente que, ante la falta de transporte, habia decidido viajar parada, respondiendo a la invitación de la empresa que luego de venderte el pasaje a diez mangos empezaba a vociferar: “Parados a Lujáaaan” y por supuesto le cobraba el mismo precio. Llegamos a las 14:30 a un Lujan más lleno de gente que Florida a la una del mediodía. La basilíca explotaba. En la puerta, un curita joven ubicado en un palco rociaba a la gente que se agolpaba a su alrededor con agua bendita. En el centro de la plaza una plataforma albergaba un grupo de música simil rock que daba alaridos frente a un público semi indiferente que vagaba de un lado a otro. Los famosos recreos en donde esperábamos detenernos un rato a disfrutar de algo de naturaleza eran un barrial mugriento, ladeado por pasto crecido que en algunos casos tapaba las mesas y sillas de material. En medio de la terrible constatación de la falta de cuidado de todo, de la pobreza, de la degradación de cosas que años atrás habían sido hermosas, nosotras aprovechamos para tejer y destejer las historias de nuestra vida como buenas mujeres. En el fondo de mi corazón me sentía otra vez adolescente escapada de las obligaciones del día a día refugiándome en la cálida sonrisa de mi amiga siempre paciente y receptiva. De algún modo como dije, teníamos la esperanza de que el terrible viaje de ida fuera sólo un contratiempo y no una habitualidad. No era así. Comenzamos a hacer la cola para volver a las siete y llegamos a Buenos Aires once y media de la noche. La escena de la fila interminable de gente esperando viajar se repetía. Claro de la gente sin auto, de la gente que no tiene otra que tomarse el bondi, de la gente que antes se tomaba el tren a un mango y pico y ahora tiene que pagar diez mangos por cabeza. Paciencia, resignación y horas de pie, total a quién le importa, quién lo ve. Nos daba la sensación de ser invisibles. Pero eramos un ejército de invisibles, amontonados, esperanzados, deseando despertar a algo diferente.

jueves, 5 de julio de 2012

Mapa en cajita de musica

Mi abuela María tenía una cajita de música. Cuando yo era chica eso era algo mágico. No era cualquier cajita. En la tapa tenía la imagen de la gruta de Capri y cuando la abrías estaba forrada en terciopelo rojo. Al costado, chiquita y dorada estaba la cuerda, que cuando la dabas vuelta hacía un ruidito que ya te hacía palpitar el corazón. Algo increíble estaba por suceder. Comenzaba la música. No era cualquier música, era Torna Surriento. Un mundo de emociones y sentimientos irrumpía en el ambiente , siempre silencioso, de su pequeño departamento. Lo digo y me doy cuenta de que estamos tan rodeados de música hoy día que no se si se puede entender la dimensión que aquel pequeño gesto tenía hace cuarenta años. Para escuchar música tenías que tener un wincofon , es decir un tocadiscos. La radio pasaba música si lograbas sintonizarla bien y estabas ahi a la hora adecuada. E tu dici: "Parto, addio!" T'alluntane da stu core, da la terra de ll'ammore, tiene 'o core 'e nun turná? Algo diferente pasaba ahi. Nápoles, la nostalgia, el dolor , la súplica , el drama . Ella no decía nada, pero en su corazón sucedían cosas que yo nunca había visto en mi pequeño mundo. El dolor estaba allí, al borde de todo, un paso antes de su amabilidad y paciencia, un segundo antes de sus elegidas palabras. Nunca la oí levantar la voz, incluso cuando la loca de mi vieja la atosigaba con acusaciones irracionales de esas que ella solía desarrollar a montones y sin anestesia. Mi mamá tenía bronca y ella la escuchaba desde un mundo lejano en el que aún vivían los que había querido. Viéndolas yo comprendía la diferencia entre el amor y el odio. Aprendía también que la vida estaba llena de sentimientos, de drama, de decisiones bien o mal tomadas y que no siempre dos más dos es cuatro. En casa de mi abuela María el mundo era más grande que en cualquier otro lugar, a pesar de que el departamento no debía superar los cuarenta metros cuadrados. Quizás fue allí que comencé a entender que el universo más extenso es el que llevamos con nosotros, y que soltar las cosas materiales agranda el espacio del alma. Lo que tenemos es solo para ayudarnos a entrar en el mar de la vida, para no quedarnos en la orilla. Ella estaba terminando su vida, estaba a punto de vovler a Sorrento, a la tierra del amor. Yo tenía entonces todo por comenzar, sin embargo estar a su lado me ayudaba a ver el fin del camino. Antes de eso había mucho por recorrer de modo que me llevé en el alma el mapa para llegar a destino: Mirá el mar que es hermoso e inspira tantos sentimientos Mirá los jardines, sentí el perfume de los naranjos que es tan suave que llega al corazón Mirá el mar de Sorrento que esconde tantos tesoros. Entonces volvé, no me dejes. Haceme vivir. No te alejes del corazón. Volvé a la tierra del amor.

lunes, 12 de septiembre de 2011

TODO SE ENTIENDE AL FINAL

“La semana que viene rodamos en casa” dice Francisco, el único de mis hijos que no se fue de viaje a Bariloche y que se dedica a filmar una serie web de esas que están de moda. Mientras tomo mate en la cocina lo miro ir y venir preparándose algo de comer a las seis de la tarde porque se acaba de levantar. No encuentra el pan y me levanto a dárselo, sigo siendo la dueña y señora de la cocina, la única con capacidad de ver los objetos cotidianos: el mate, el azúcar, la yerba, el tirabuzón, en fin , las infinitas cosas necesarias que nadie sabe donde están, excepto, claro, una madre.

De repente llega Juan Cruz, que ya vive solo. No me saluda, me dice: ¿hay comida?. Ravioles, heladera, microondas, le respondo mientras sigo escribiendo. Rosario, que ya tiene veintitres no está en casa porque se fue a estudiar a casa de Celina. Eso hace que la cocina, en general poblada de sus apuntes, su laptop, el esmalte de uñas, la lima, el celular,el termo y el mate, esté despejada y en condiciones de ser utilizada por el resto de los habitantes del departamento.

Muchas veces me descubro preguntándome cuándo se termina esto. Andrés, el más chico está a punto de cumplir dieciocho y acabo de terminar de pagar, bajo protesta como siempre, mi último viaje a Bariloche, bah, mio es un decir, el último que pago yo y en el que viajan ellos.

¡Y si! Son cinco. Cuando las llamadas anunciándome problemas con Nicolás, mi hijo mayor, interrumpían mi hora semanal de clase de flauta traversa, Gabriel, mi profe de entonces, me decía que mi probabilidad estadística de tener un quilombo era altísima, y que si cada uno de mis hijos protagonizaba dos desastres anuales yo ya tenía garantizado el problema mensual. Sí, leyeron bien, dice mi profesor de flauta traversa, ¿o acaso una madre no puede estudiar música? ¿o para ser una verdadera y dedicada madre lo único que uno tiene que empuñar en la vida es el cucharón de sopa?

Este es el momento en que alguien me dice que si cuando me casé no tenía televisor, y comentarios de ese tipo que cuestionan mi inconciente y feliz decisión de ser una madre descontrolada, como diría Susanita, la de Mafalda. Aunque, tengo que ser sincera, yo de Susanita no tengo nada. También debería decir que tampoco me senté durante horas, cual estatua del pensador de Rodin a meditar acerca de mi futuro, de mi proyecto vital, de las implicancias demográficas y sociológicas que podría implicar el excesivo poblamiento del barrio de congreso, es más creo que apenas hicimos cuentas. Debo reconocer que influyó en mi, el haber quedado inesperadamente embarazada a los dieciocho. Después de eso, cualquier desafío relacionado con la maternidad me parecía pan comido. ¡Cuanta impulsividad! Pero, ¿quién puede resistirse a esas caritas de ángeles, a esos ojitos achinados que te miran como si fueras lo más importante del universo mientras te dedican una silenciosa sonrisa? En ese momento, uno no piensa, ni siquiera se imagina, la cantidad de palabras que escuchará en los años venideros de su nunca-más-tranquila-vida.

Los primeros años son un sueño, pero en el sentido literal de la palabra, porque dejás de dormir y te convertis en sonámbula. Todavía no hablan, ni caminan, pero lloran. Comida,sueño,caca,comida,sueño,caca. El diagnóstico es bastante simple, solo que aprenderlo mientras intentás quedarte despierta y escapar de la catarata de comentarios, consejos, advertencias y maledicencias de tu suegra y de tu madre es realmente la primer tarea que te hace exclamar: ¿En qué estaba pensando cuando me metí en esto?

Es justo en ese momento de deseperación que ellos o ellas dejan escapar el primer “mamá” con una vocecita que te arranca las lágrimas y eleva tu autoestima en picada (porque ya emepezaste a pensar que sos una mala madre, que no te podés quedar despierta, que te olvidás de todo, que no te gusta cambiar pañales, que se le paspó la cola porque sos una inútil, etc, etc) y te hace posicionarte en la línea de largada de una carrera que pensás - ilusa- que solo te llevará los próximos 15 años de tu vida.

Luego viene una etapa en la que se justifica todo el entrenamiento que nuestra malvada profesora de educación física nos obligó a realizar mientras eramos adolescentes (feliz época de la vida en la que uno no quiere hacer nada y le parece muy bien). Primer ejercicio: levantamiento de pesas. Todo bien hasta los cuatro o cinco meses. Ni te cuento con la desesperación que empezás a esperar que dé “sus primeros pasitos” la mole de ocho meses que ya pesa más de ocho kilos y que tenés que acarrear con vos en todos los instantes de tu vida. Quiero aclarar que si bien, mi relato es estrictamente desde la perspectiva femenina, gran parte de las mismas tareas son compartidas por el padre, que si se involucra debidamente en la crianza, sufrirá los mismos síntomas relacionados con sueño, baja autoestima, dudas existenciales y necesidad de retomar el entrenamiento en el gimansio.

Como la naturaleza es sabia cuando llega el momento de pasar a otra etapa vos ya-no das-más y estás desesperada/o esperando que aprenda a caminar, porque entonces si, “va a ser más fácil” . (Por si no se han dado cuenta la naturaleza, que por algo también es madre, nos engaña. Yo todavía sigo pensando que dentro de unos a años “va a ser más fácil”).

Los primeros pasitos están muy bien. Lo terrible es darte cuenta de repente de la cantidad de cosas que hay en los muebles, en las paredes, en todos los lugares a los que el nene o la nena ahora alcanza, que tenés que salir a sacar de ahi ¡urgente!. Tu casa, antes hermosamente decorada se convierte en un campo después de la cosecha. Nada. Todo lo que hay se encuentra al menos a un metro de altura. Lástima los controles remotos, los botones del televisor (¿a nadie se le ocurrió pensar en ponerlos más alto?).

Y así, sin casi darte cuenta pasas los próximos cinco años bajándolos de algún lugar al que no deberían haberse subido, o subiéndolos a algún lugar a donde deberían estar pero “solitos” no llegan, atando cordones, cerrando y desabrochando camperas, secando jugo o leche de alguna mesa o del piso, o lo que es aún peor corriendo detrás de ellos en alguna plaza para que se queden cerca y a salvo, es decir bajo el círculo de tus posibilidades de alcanzarlos.

Y una vez más no das más y pensás que todo se va a solucionar cuando empiecen el colegio. Perdónenme esbozar una amplia y sarcástica sonrisa y mirarlos con compasión.

Este es el momento en que me detengo a anunciar con orgullo que luego de veintisiete años de lucha estoy a punto de terminar por quinta vez mis estudios secundarios. Y está vez es la vencida. Se acabó. No más uniformes para lavar y planchar, no más reuniones ridículas a las 7 de la mañana, no más útiles, cuadernos, trabajos prácticos de último momento, no más cuestionamientos institucionales acerca de tu vida, del modo en que educás a tus hijos, de si trabajás y los abandonás o de si no trabajás y no los mantenés.

Tres años de jardín de infantes, siete de escuela primaria, cinco de secundaria. Acompañar a tus hijos para que hagan lo que de ninguna manera y bajo ningún concepto tienen ganas de hacer y lograr que finalmente lo hagan solos. Pasas los primeros años y la vas piloteando, llegás con los pedidos de útiles urgentes que te sorprenden a las seis de la tarde de ese día que llegás a tu casa deseando darte una ducha y meterte en la cama y descubrís que tenés que empezar a recorrer las librerías del barrio buscando goma eva color fucsia porque ese y no otro es justo el color que le tocó a tu hijo para vaya a saber qué importantísmo ejercicio de alto nivel educativo. Y lo peor de todo es que lo lográs y cuando llegan a séptimo grado todavía te miran con amor y agradecimiento y te crees que ya está que sos una buena madre y está todo bien.

Error. Un día hermoso de otoño les preparás el desayuno, aunque ya son grandes pero bueno, una madre es una madre y anunciás desde la cocina : ¡ya está el café con leche!, y esperás, y nada. Te quedás tranqui porque está todo bien y vos ya pasaste lo peor y volvés a insistir. Nada. Finalmente vas a su cuarto y entrás sin golpear, porque sos su madre. ¿Qué hacés mamá que te pasa? No entrés a mi cuarto, tengo sueño. ¿Qué desayuno? No, no quiero nada. No. Tengo sueño. Se da vuelta y sigue durmiendo luego de haberte puesto su mejor cara de orto. Vos lo querés matar pero no sabes cómo. Has ingresado en el horrible mundo del adolescente.

Todo tiene su lado positivo y es muy importante descubrirlo para poder enfrentar los duros años de batalla que se avecinan. Primero: podés dormir el sábado y el domingo a la mañana, nadie te va a despertar pidiendote nada antes de las diez, mínimo. Segundo: recuperaste tu autonomía de movimientos. Podés salir de tu casa sin pensar con quién los dejo, dejás de negociar cosas ridículas con tu vieja, con tu amiga, con la tía , con tu vecina para poder ir al médico, a la peluquería, a hacer las compras e incluso a trabajar para pagar las cuentas a fin de mes. Te sentís dueña de tu vida y pensás que la cara de culo es pasajera y que no es para tanto. Y tenés razón, unos cinco años más tarde con la misma facilidad con que te echaron de su habitación te llaman una mañana con desacostumbrada voz afectuosa y te dicen : ¡Vieja! ¡Vení , mirá esto que te quiero mostrar!

Una vez más te engañás y decis: bueno ya está, son grandes tienen dieciocho o más, van a hacer su vida, a ganarse su plata, no van a estar en casa nunca, voy a tener un rato más para mi. ¿Tengo que repetir lo de la sabiduría de la naturaleza y todo lo demás? Antes no te hablaban, ahora no se callan. Sos su madre, la que los conoce, la que los banca en las buenas y en las malas, la que les perdona lo que sea, la que los quiere en forma incondicional. Nadie te da un premio, ni un título, no salís en la tele, no te pagan un plus, solo vos sabés que estuviste donde tenías que estar, aunque muchas veces pensaste en estar en otra parte.

Cuando te diste cuenta tu vida se llenó de risas y de cuentos, de lágrimas compartidas, de montones de hijos e hijas adoptivas que pasan por tu casa y te llaman “tía” porque saben que ellos también pueden contar con vos. No se parece a lo que te habías imaginado. Es mucho más. Sin embargo yo siempre digo que la maternidad es como ir por un tunel oscuro, sabes que es por ahi, que la salida está allá adelante pero no la ves. Todo se entiende al final.

domingo, 24 de julio de 2011

Ilusiones

Me llenan las manos
y el corazón
voy creyendo que es por ahi
y les doy mi vida
Si se van me apuro a buscar otra
algo, algo, una excusa, un proyecto,
algo, algo, algo
que me salve del vacío
que soy
Me ilusiono
me frustro
con cualquier cosa
que este a la mano
podés ser vos
o la promesa de un elogio pasajero
mi corazón cobarde
no quiere silencios
ni espacios incompletos.

La esperanza
es un salto al vacío,
al no yo,
a ese vacío que quiero
llenar
con ilusiones.

miércoles, 23 de febrero de 2011

DESDE EL AULA

Volar. Salir. Estar afuera.
Ventanas. Bancos. Barrotes. Cerraduras.
Para que no entre nadie desde afuera.
Ni se escapen los de adentro. Ni lo de adentro.
Nada. Ni ideas. Ni sentimientos. Ni miedos.
Sentarse a esperar que suene. 
La salvación que viene de afuera.
Soñar, con que se adelante el timbre.
Que nos larguen. Que nos suelten.
Que nos dejen estar en otro lado.
En casa.
En la calle.
En la plaza.
En el cyber.
En algún lugar, por donde se cuele la vida.
En algún lugar, en donde no nos mientan.
Que no nos digan. Que está todo bien.
Que somos chicos.
Que nos falta mucho para morir.
Que tenemos la vida por delante.
Que somos el futuro.
La esperanza. Los sueños de los que no supieron vivir.
Ni soñar . Ni volar. Ni esperar. Ni tener ilusiones.
Volar.
Salir.
Estar afuera.
Que alguien nos desate.
De los pizarrones. De la tiza mal borrada.
De las voces huecas.
De los repetidores de palabras.
De los textos que no son libros. Párrafos estériles.
Esterilizados.
Para que no nos hagan mal.
Para que podamos digerir sin indigestarnos.
El pais.
La violencia. El miedo.
La mentira. La hipocresía.
La historia. Las mentiras de la historia.
La literatura censurada. Ideologizada.
Cambiada.
Cansada. Hasta cansarnos.
También a nosotros.
Que estamos bostezando y queremos gritar.
Que caminamos cuando queremos correr.
Correr. Saltar. Rebotar. Volar.
Hasta el cielo. Hasta el infinito.
Abran la puerta.
Por favor.

jueves, 10 de febrero de 2011

DALE GAS ...

Volvía del trabajo a eso de las seis, como casi todos los días y me lo encuentro a José, el encargado, paradito en la entrada, como nunca, que me anuncia:" No hay gas". Yo casi ni le presté atención, y bueno, pensé será cosa de un día o dos. No pasó mucho hasta que me informaran que no iba a ser tan sencillo. Me lo tomé con calma, resignada a atravesar una de las muchas situaciones a las que me tiene acostumbrada la vida moderna en la pujante ciudad de Buenos Aires.
No podía ser peor que la semana que pasamos sin luz y sin agua durante un calurosísimo mes de enero cuando mis hijos tenían alrededor de diez años. En esa época nos sentábamos a la luz de las velas y reemplazábamos el familiar sonido del televisor por una ronda de chistes malos y cuentos de terror.
¿Cuánto podía durar el corte de gas? Unos días ... como mucho un mes. En fin, es verano, pensamos, nos podemos bañar con agua fría o recurrir a la solidaridad ajena o a las duchas del gimnasio. Podemos comer ensaladas, y por qué no, descubrir los recónditos secretos de la cocina con microondas, ese aparato que sirve para calentar el café o las sobras de comida, no la pizza porque queda gomosa.
Yo practicaba mi estoicismo decidida a que una circunstancia de poca monta no arruinara mi firme decisión de ser feliz mientras mi hija me decía: No puede ser que te lo banques tan tranquila, esto es desesperante.
Ochenta y siete días después, todos nos habíamos convencido de las virtudes del agua fría para activar la circulación y yo me había convertido en una experta cocinera en cocina de microondas. Hasta milanesas hice.
Mientras tanto el administrador del edificio nos explicaba que esto no era "sencillo" que había que hacer una serie de modificaciones que pedía metrogas. Merodeaban por el edificio una serie de muchachos que ostentaban el título de gasistas rompiendo paredes y colocando ventilaciones. Dos veces. Porque la primera vez lo hicieron mal y tuvieron que cambiarla por otra. Alrededor del día ochenta se presentaron en mi casa diciendo que seguramente como el edificio era viejo había que cambiar todos los caños que llevaban el gas a la cocina y que para eso tenían que picar todas las paredes hasta encontrar los caños porque la casa no tenía planos. Fue ahi cuando empecé a sospechar y decidí dejar de esperar la solución comunitaria y apersonarme en la oficina de Metrogas en donde me informaron que el edificio ya tenía gas y que me buscara mi propio gasista matriculado para habilitar mi departamento.
Otra odisea porque gasistas matriculados con tiempo disponible para ir a tu casa a conectarte el gas que te corta metrogas debe haber veinte para toda la ciudad , o a lo mejor un poco más pero digamos que descubrí que son un bien escaso. A lo que hay que agregarle que en este momento un gran porcentaje de hogares porteños está en la misma situación de corte de gas por necesidades de mejoras y presuntas pérdidas.
Me pasaron varios "datos". A esta altura ya había dejado de vivir mi vida y de lo único que me ocupaba durante el día era del gas, de lo único que hablaba con mis hijos, mis amigos, mi novio, la chica del mercadito, en fin con todos los seres humanos que me cruzaba, era del gas. Pensaba en el tema las 18 horas que pasaba despierta y las otras seis en las que dormía a medias porque me despertaba pensando en cómo mierda resolver este problema y volver a recuperar una existencia semi normal.
Cuando finalmente conseguí alguien que se dignara atravesar el umbral de mi humilde morada con el objeto de realizar un trabajo manual descubrí que, sin querer, había despertado el gigante dormido de la resignación comunitaria.
¿Por qué sospechoso motivo estaba actuando en forma individual?¿No debíamos todos aceptar las santas palabras de los delincuentes que había seleccionado el señor administrador y sufrir comunitariamente las consecuencias de su inoperancia?
Explicaciones. Explicaciones. Explicaciones. Explicaciones, tres días de llegar tarde al trabajo y más de ochocientos pesos me devolvieron el gas antes de cumplir los cien días de corte.
Para mis vecinos fue como una epifanía. A los pocos días un nuevo gasista comenzó a pasearse por los pasillos para hacer un nuevo presupuesto para ver si lograba resolver lo que los anteriores habían dejado sin terminar. De lo único que me ocupé es de aclarar que "no me tocaran el medidor" con tono de psico-killer.
Luego de esta experiencia incorporé algunas extrañas actitudes que supongo me duraran hasta la próxima catástrofe:
Aconsejo a todos los jóvenes sin rumbo que me cruzo por la vida que hagan un curso de gasista y se matriculen
Desconfío de todas las decisiones que toma el administrador del consorcio
Me quedo mirando un rato la llamita del gas cuando prende.
En fin, sí, creo que he desarrollado una veta contemplativa ...


domingo, 24 de octubre de 2010

Todo lo que se hace por amor

De los pecados que están establecidos y debidamente clasificados tengo de todos un poco, de algunos mucho. Y esta afirmación no tiene en absoluto el objetivo de hacerme sentir culpable, porque a esta altura ya aprendí que es inevitable. Me sirve, en cambio para no engañarme. Porque cuando me miro limitada, soberbia, desconfiada y temerosa, incapaz para la alegría y triste casi de profesión, sé que yo también necesito una mirada de amorosa compasión sobre mi vida.

Solo así se me va la hipocresía que me hace sentir que yo estoy bien y vos mal.

A todos mis amigos torpes e imperfectos como yo les agradezco el paso por mi vida. También la comprensión en los días en que solo pienso en cambiar el mundo con violencia. Los que me quieren saben que me muero de impaciencia y que me duele la espera en mis tiempos de ceguera. Pero gracias a ellos sigo aquí .

Porque el escándalo del amor lo supera todo y es la única respuesta, el bálsamo donde todo se cura, el punto de llegada y de partida.

Y me equivoco mucho y vos también y soy terriblemente incapaz de vivir aceptando mi destino.

Nietzsche, que como nosotros era un desesperado, también lo dijo: todo lo que se hace por amor está más allá del bien y del mal.

domingo, 26 de septiembre de 2010

UNA PALABRA

Cuantas veces precisamos la vida entera para cambiar de vida, lo pensamos tanto, tomamos impulso, y vacilamos, después volvemos al principio, pensamos y pensamos, nos movemos en los carriles del tiempo con un movimiento circular, como los remolinos que atraviesan los campos levantando polvo, hojas secas, insignificancias, que a más no llegan sus fuerzas, mejor sería que viviéramos en tierra de tifones. Otras veces es una palabra cuanto basta.

( José Saramago .La balsa de piedra)

Enredados. Desafortunadamente encadenados al destino. No sabemos si está todo bien o todo mal. Nos fue saliendo así, como una planta que a veces crece torcida y otras, se va en vicio.

Una mañana, uno sale al balcón empuñando el mate recién cebado y declara: A este malvón hay que podarlo! Un rato después, tijera en mano, lo despojamos sin dudar de todo lo que sobra, sin avaricia, sin temor. Y el cambio es una fiesta, un despertar de brotes escondidos, un alivio de la pesadumbre de hojas secas, desgastadas. Confiamos, sabemos que la vida recomienza, que nada se pierde, que la poda es ganancia, paradójica como todas las verdades que vale la pena conocer.

El punto de inflexión está en los diez segundos antes, cuando tijera en mano, no sabemos lo que puede suceder, porque hemos aprendido cuánto somos capaces de equivocarnos, hasta qué punto, con que aparentemente terribles e irreversibles consecuencias. Tenemos miedo. Dudamos. Nos permitimos, por un segundo, creer que el destino, todo el destino está en nuestras manos. Le atribuimos a nuestra pequeña y desdichada acción , envergadura de decisión fatal, de creación divina, de poder absoluto. Temblamos. Porque no esperamos ser salvados de nosotros mismos. Como un niño que no sale a jugar por miedo a ensuciarse o a romper algo. Nos creemos dueños absolutos, pequeños dioses.

Prisioneros de nuestras propias prisiones, contemplándonos infinitamente en un auto construido panóptico nos volvemos exigentes, inflexibles, despiadados. Nos exigimos mucho, pero no nos alcanza, de modo que exigimos también al resto. A los otros, a los que nos rodean. Pedimos cuentas. Porque la vida es una cosa seria. Porque no hay redención, ni perdón.

Nos creemos, sin dudar, que las cuentas claras conservan la amistad. Andamos con la libreta a cuestas, anotando, una por una, las cosas que se nos adeudan. Y todo sigue siempre igual, pero pensamos que no es culpa nuestra.

Y todo eso es polvo, remolino, insignificancia, porque no estamos dispuestos a escuchar ni una palabra.

Sin embargo, a veces es una palabra cuanto basta.

viernes, 17 de septiembre de 2010

VOCACION


De golpe nos vi. Estábamos los dos parados a cierta distancia del borde de la vereda. Mirábamos cómo los chicos jugaban y se ensuciaban. Yo con mi vestido impecable de florcitas y los soquetes blancos. Vos, con tu remerita de algodón azul francia impecablemente planchada, el pantalón de sarga de esos que son para fiestas y los zapatos lustrados como un espejo.

Te miraba de reojo. Te espiaba.

De repente me daba cuenta de que vos también me estabas viendo. Entonces, como un rayo, mis ojos se dirigían al piso mientras el corazón me saltaba como si fuera una de esas pelotas de goma chiquitas que rebotan por todas partes. El universo de mis zapatos guillermina y el dibujo gastado de las baldosas ocupaban todo mi campo visual. No podía moverme. Escuché que una voz de mujer adulta te llamaba : ¡Juan! Y no pude evitar levantar la mirada como si ese grito fuera una orden, poderosa, invencible, que dominaba mi débil voluntad.

Mis ojos se cruzaron con los tuyos y fue como millones de mensajes pidiendo ayuda intercambiándose en segundos. La imagen del náufrago en la isla, de Ulises peleando contra la tempestad, de Penélope resistiendo a los pretendientes, todas se me vinieron a la mente, mientras una mano de persona adulta te llevaba lejos de mi vista.

Yo me quedaba sola, como siempre, en medio de esa enorme soledad de los chicos que no tienen permiso para jugar porque mezclarse con los otros está mal y puede acarrear siglos de gritos y privaciones.

Miraba a Belén y a Gloria con sus trenzas desechas, desparejas, entrar y salir del elástico. Se reían, se empujaban. Yo también sé jugar al elástico, pensaba. Cuando me quedaba a solas con mi abuela, lo enganchaba entre dos sillas del comedor y saltaba y me daba cuenta de que no era tan difícil como parecía de lejos, de que yo también podría jugar si alguien me lo propusiera.

Era lindo estar en la vereda un rato. Respirar el aire, sentir el frío en la cara, escuchar los pájaros que revoloteaban en el árbol del vecino.

Volvía a mirar ese lugar que vos ocupabas cuando estabas, cuando te dejaban salir. No estabas. No ibas a regresar ese día. No antes de que mis papás volvieran del supermercado y me llevaran de vuelta. Pasaban los coches, las bicicletas, las señoras con perros y yo seguía ahí, inmóvil pero feliz, como los presos cuando los dejan salir al patio. Eso lo había visto en una película. Los presos que tenían que estar encerrados porque eran malos, - porque si no hacían desastres, como yo - , podían salir un rato al patio. Todos los días salían. Yo me portaba bien, me esforzaba, era la abanderada, pero igual había muchos días que me quedaba adentro.

Volvía a pensar en vos. Yo sabía que te llamabas Juan porque se lo había escuchado a tu mamá. ¿Qué estarías haciendo en ese momento?

Un Fiat 1500 azul se estacionó frente a mi. Me tomó desprevenida. ¡Eran ellos!

¿Qué estás haciendo aquí afuera? ¿ Con qué permiso? , me saludó la voz de mi mamá con su habitual tono de reproche.

¡Andá ya para adentro! , agregó mi papá que como siempre no quería quedarse en el bando contrario.

Me di vuelta y entré en la casa. Mi mamá le seguía diciendo a mi papá – como si yo no estuviera ahí o fuera de palo – : “la próxima vez nos la llevamos porque tu mamá la deja hacer cualquier cosa”

Miré por última vez a las chicas jugando en la vereda. La ventana me separaba de los ruidos, del aire, del olor de la calle.

Se había acabado el recreo. Busqué un libro y me senté en mi cama. Era Mujercitas. Jo escribía novelas encerrada en el altillo y yo pensaba: cuando sea grande voy a ser escritora.

viernes, 16 de julio de 2010

Extraños

Cuando te miro sé que no te conozco.
Ni siquiera un poco. Aunque la fantasía y la omnipotencia me digan que si.
Te cruzo en la calle o en la oficina.
Te conozco de hace dos días o de hace veinte años.
Me hablás , me decis cosas o incluso intentás que trabaje a tu lado.
Querés que hagamos cosas juntos o que tomemos un café.
Yo te digo que si, porque soy naturalmente dada a hacer "sociales".
Nos sentamos en alguna mesa, lejos de la puerta y hacemos de cuenta que sabemos lo que queremos.
Yo pido un café amargo y sin azúcar.
Vos , casi seguro que no.
Hacemos planes y nos contamos cosas.
Me entusiasmo y casi siempre hablo de más.
Me arrepiento. Me callo.
Nos sondeamos. Pensamos: ¿qué estará pensando? , e inevitablemente tratamos de controlar.
Me agoto. Me censuro. Me achico en el asiento y miro el reloj.
Cuento los minutos que faltan para salir huyendo.
Una vez más me encuentro con la chica esa que sabe que le da miedo la gente.
Y me pregunto ¿qué hago aquí?
Entonces miro tus ojos, llenos de vida, de deseos, de sueños.
Me conmuevo. Vuelvo a mirarte, no con la cabeza, con el corazón.
Ya no sos un extraño. Algo tuyo me quebró el alma. Me invadió.
Te cobijo. Te albergo. Te cuido.
Me asombro de tu historia tan igual y tan diferente a la mía.
Te reconozco.
Algo nuevo comienza.
Algo viejo termina.
Este también es un final feliz.


martes, 29 de junio de 2010

El paso

Quiten esa piedra
que está oscuro
y hace
un frio
cada vez mayor
Quiten esa piedra
que me impide
ver
al que ha de venir
a salvarme
a rescatarme
a darme
una oportuna
vida nueva
Quiten esa piedra
que coloqué
con tanto
cuidado
durante
tantos años
y sellé
con mis miedos
y temores
(con mi desconfianza)
Quiten esa piedra
con la que
yo mismo
me encerré
aquí adonde
la salvación
no llega

miércoles, 23 de junio de 2010

todavia estoy aqui

y no se me pasan las ganas de seguir estando...aunque escribir siga siendo mi asignatura pendiente.
Lo que hago cuando cumpli con todos mis deberes, que no son pocos.
Voy por la revolucion de lo que debe ser.
Espero llegar a revolver lo suficiente.
Como para reencontrarme y reencontrarnos