Cuantas veces precisamos la vida entera para cambiar de vida, lo pensamos tanto, tomamos impulso, y vacilamos, después volvemos al principio, pensamos y pensamos, nos movemos en los carriles del tiempo con un movimiento circular, como los remolinos que atraviesan los campos levantando polvo, hojas secas, insignificancias, que a más no llegan sus fuerzas, mejor sería que viviéramos en tierra de tifones. Otras veces es una palabra cuanto basta.
( José Saramago .La balsa de piedra)
Enredados. Desafortunadamente encadenados al destino. No sabemos si está todo bien o todo mal. Nos fue saliendo así, como una planta que a veces crece torcida y otras, se va en vicio.
Una mañana, uno sale al balcón empuñando el mate recién cebado y declara: A este malvón hay que podarlo! Un rato después, tijera en mano, lo despojamos sin dudar de todo lo que sobra, sin avaricia, sin temor. Y el cambio es una fiesta, un despertar de brotes escondidos, un alivio de la pesadumbre de hojas secas, desgastadas. Confiamos, sabemos que la vida recomienza, que nada se pierde, que la poda es ganancia, paradójica como todas las verdades que vale la pena conocer.
El punto de inflexión está en los diez segundos antes, cuando tijera en mano, no sabemos lo que puede suceder, porque hemos aprendido cuánto somos capaces de equivocarnos, hasta qué punto, con que aparentemente terribles e irreversibles consecuencias. Tenemos miedo. Dudamos. Nos permitimos, por un segundo, creer que el destino, todo el destino está en nuestras manos. Le atribuimos a nuestra pequeña y desdichada acción , envergadura de decisión fatal, de creación divina, de poder absoluto. Temblamos. Porque no esperamos ser salvados de nosotros mismos. Como un niño que no sale a jugar por miedo a ensuciarse o a romper algo. Nos creemos dueños absolutos, pequeños dioses.
Prisioneros de nuestras propias prisiones, contemplándonos infinitamente en un auto construido panóptico nos volvemos exigentes, inflexibles, despiadados. Nos exigimos mucho, pero no nos alcanza, de modo que exigimos también al resto. A los otros, a los que nos rodean. Pedimos cuentas. Porque la vida es una cosa seria. Porque no hay redención, ni perdón.
Y todo eso es polvo, remolino, insignificancia, porque no estamos dispuestos a escuchar ni una palabra.
Sin embargo, a veces es una palabra cuanto basta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario