
Hace calor en Buenos Aires. Como todos los veranos. Pero estamos de mal humor como si fuera el primero. Esto no es La Habana me dice el taxista mientras traspira en su auto no tan nuevo, no tan cero km, sin aire acondicionado. Y claro pienso, si estuviéramos en La Habana no nos importaría este calor de mierda, pegajoso, húmedo, porque seríamos cubanos y tendríamos una historia de sudores, de ropa pegada al cuerpo al ritmo del baile, de morochas semi desnudas ofreciendo una tregua, un intervalo de pasión.
Pero nosotros somos argentinos, porteños para peor. Desconformes. Rebeldes al pedo. Incapaces de agradecer. Rápidos para la queja.
A nosotros, los porteños, no nos gustan los finales felices.
Somos así .
Desconfiados.
Cautelosos, me dirá Usted.
Desconfiados.
Resignadamente desconfiados.
Pero nosotros somos argentinos, porteños para peor. Desconformes. Rebeldes al pedo. Incapaces de agradecer. Rápidos para la queja.
A nosotros, los porteños, no nos gustan los finales felices.
Somos así .
Desconfiados.
Cautelosos, me dirá Usted.
Desconfiados.
Resignadamente desconfiados.
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