miércoles, 25 de febrero de 2009


Alguna vez fui chica.
Entonces había voces gritando.
Decían que era responsable de mi destino.
Me dieron una lista interminable de deberes que cumplir.
Me explicaron lo que se podía y lo que no.
Es decir, las instrucciones para llegar a la orilla.
La fórmula para un final feliz.
Con hijos obedientes.
Con un marido atento y una casa con jardín y olor a café recién hecho.
Me explicaron.
Que había que tener algo de plata en el banco y no deberle nada a nadie.
Y que si era necesario, estaba permitido mentir.
Que tuviera cuidado de los poderosos y no anduviera por ahí desnudando verdades ni diciendo esas cosas que se consideran tan inconvenientes.
Me dejaron bien en claro que había que mirar para el otro lado cuando el ladrón de turno metía la mano en la lata.
Porque esa era la fórmula , para terminar bien.
Para una vida feliz.
A mi no me salió.
Fui como una inútil para la felicidad de receta.
A último momento siempre hice otra cosa.
Por eso no se, si soy feliz.
Porque no tengo marido, aunque mi casa muchas veces huele a café recién hecho.
Porque mis hijos son desobedientes.
Y suelen hacer lo que ellos quieren.
Y muchas veces hablo demás.
Por eso mi ascenso se lo llevó el amigo de alguno.
Uno de esos que no trae problemas.
Y no fue un final feliz.
De esos que salen en las películas.
Eso terminaría así.
Si pudiésemos saber cuantos finales tiene un final

1 comentario: