viernes, 8 de noviembre de 2013

El hombre del libro

Te lo podías cruzar en cualquier esquina del barrio, a juzgar por las horas que pasaba dando vueltas por ahí, se podría deducir que no salía de sus inmediaciones. Algunos conjeturaban acerca de los motivos, la falta de auto para desplazarse más lejos, la incomodidad que le producían los colectivos, o el simple conformismo que lo hacía afirmar que todos los mundos eran similares.
Flaco, de estatura mediana, la cabeza chica, andaba sigilosamente. A veces se detenía en alguna vidriera, pero no se podría afirmar que estuviera mirando algo en especial. Lo veíamos pasar, acostumbrados, como si fuera parte del paisaje. Al principio se podría decir que no lo notamos, que no nos dimos cuenta de nada. Era un transeúnte más, uno de los tantos ciudadanos aburridos que podían tener cualquier trabajo de medio tiempo o vivir de renta. Después de todo, la ciudad estaba llena de gente así, anónima, intrascendente, desconocida. Sin embargo todo cambió el día que empezamos a notar su especial particularidad.
Era uno de esos días de lluvia en Buenos Aires, de esos día en que el cielo se pone gris plomo, y empezás a rezar para que aguante hasta que llegues a tu casa, porque no hay paraguas que te salve. Yo estaba con Tessi. Veníamos las dos como locas, riéndonos, tentadas, despreocupadas de las miradas, divertidas, compartiendo uno de esos secretos que te dan la sensación de tener el mundo en las manos. Casi se diría que corríamos, nos frotábamos los ojos y la risa nos brotaba contagiosa. Era como una catarata de imágenes, de ideas, de presupuestos, de vaticinios de un futuro promisorio. Fue en ese momento que simplemente, nos chocamos con él, mejor dicho, que nos lo llevamos por delante. 
El accidente no hizo más que aumentar la risa, le pedimos un perdón de compromiso, mientras lo ayudábamos a levantarse del suelo. Ahi lo descubrimos, que no soltaba el libro que traía en la mano. No lo soltaba ni para hacer palanca en el suelo y ponerse de pie. Era como parte de su cuerpo. Uno de esos libros de política, algo como “la revolución utópica en el marco de las dictaduras latinoamericanas” . No le llevo mucho recomponerse y alejarse de nosotras con un “estoy bien” apenas audible. 
Nos hubiéramos olvidado de él si no hubiera sucedido algo sumamente extraño. Fuéramos adonde fuéramos, él estaba ahí. Sentado en la mesa de al lado del café, colgado del pasamanos del mismo vagón del subte, en la cola del banco. Estaba. Indiferente. Silencioso. Con la misma ropa, la camisa a cuadros, el pantalón azul . Lo único que cambiaba era el libro. Lo único infaltable era el libro. Uno no puede salir sin ropa  a la calle, pero definitivamente puede salir sin llevar un libro. Al menos, eso pensaba yo en aquel entonces.
Al principio nos pareció casualidad, pero con el paso de las semanas, algo empezó a inquietarnos. ¿Nos estaba siguiendo? ¿Estaría perpetrando alguna especie de venganza literaria para enseñarnos a ser educadas y evitar que anduviéramos riéndonos a ciegas por la calle?
Como andábamos con miedo, comenzamos a observarlo con obsesión, hasta el punto de no saber si era él que nos perseguía a nosotras, o nosotras a él. Entonces Tessi empezó a desarrollar la idea, de registrar día por día los detalles de nuestros encuentros, ya no tan casuales. La preocupaba esta cuestión del libro, llegó a creer que era una especie de espía, con un libro de claves. Me costó más de una semana convencerla de la inutilidad de ir a una comisaría a exponer su teoría conspiratoria.
Con el tiempo nos dimos cuenta de que los libros iban cambiando, a pesar de mantener el  tamaño en las mismas dimensiones. 
Una tarde lo seguimos hasta la puerta de una librería vieja, de esas de compra venta. Nunca habíamos estado en un lugar así, los libros pertenecían al extraño mundo de las viejas tareas escolares, cada vez más reemplazables por fotocopias o archivos en la computadora. Nos invadió un olor húmedo, penetrante: L as paredes, las mesas, todo estaba tapizado de una marea de títulos, de letras de distintos tamaños, unas brillantes, otras opacas. No sé en qué momento sucedió. Me quedé atrapada en uno de esos tomos de literatura rusa, de letra chica, que debía tener unas ochocientas páginas. En la tapa, con letras doradas estaba escrito: Los hermanos Karamazov. Simplemente no lo pude dejar, una palabra se encadenaba a la otra, me perseguía, me sugería, me invitaba, el mundo afuera se desdibujaba. El barrio era cualquier barrio y el lugar cualquier lugar. 
A lo lejos escuchaba la voz de Tessi que decía palabras que para mi, ya no tenían sentido. Levanté la vista y la vi alejarse corriendo, asustada, tropezando con los cordones medio desatados de sus zapatillas blancas. 

Desde entonces casi no levanto la vista del libro que tengo entre manos, pero cuando lo hago, mis ojos se tropiezan con el hombre del libro que sonríe discretamente antes de continuar su camino.

martes, 3 de septiembre de 2013

Imperfectos

Nada al azar.
Todo expuesto.
Cada milímetro,
cada píxel.
No ya la ternura,
ni la espera.
La réplica.
La urgencia.
La extrema exigencia,
de la perfección,
en cada píxel.
Soy llanto.
Soy furia.
Soy impotencia,
teñida de injusticia.
No existe
la perfección milimétrica.
Me hundo
en mi humana tristeza.
Lloro.
No ya de impotencia,
de dolor.
Me estremezco.
Miro tu imperfección,
algo se ablanda dentro.
Tu mirada me puede,
veo algo nuevo.
Imperfecto.
Frágil.
Humano.
Te veo,
abandonado de vos mismo,
te tiendo la mano.
Estás ahí
No me llevás a Disney,
no tenemos una casa
en el country.
Me das tu dolor
y yo lo abrazo.
(Los píxeles corren
confundidos)

sábado, 24 de agosto de 2013

Interferencia

Dejo de respirar
te veo
y no te creo.
Se resiste
la mente,
a entender
que estás ahí.

Vos no te vas,
me mirás,
me hundo,
me pierdo,
me sostenés,
me tenés.

Me guardo el corazón,
revuelto,
en la cartera.
Desacomodado,
inundado,
interferido.

Vuelvo a casa
distraída,
me concentro,
intento sintonizar,
sin embargo,
algo hace ruido.

domingo, 18 de agosto de 2013

De todos modos

Dejarse llevar
ser lo que el ahora pide
estar ahí, 
solo ese instante,
sin esperar
que algo empiece
o que termine,
o que tenga glamorosas
e impensadas consecuencias

dejar que el alma se cruce
de vereda 
y mienta un poco,
se sienta cómoda
libre 
de tocar y provocar
de dar sin reclamar
olvidada de quien es
por un segundo

darle la vuelta a todo
mirar sin ver
estar para escapar
de los motivos ordenados
del miedo 
de las listas de cosas para hacer
no creer que algo va a cambiar
y ser feliz
de todos modos.

viernes, 26 de julio de 2013

Te miro estar

Te miro estar,
hablar
pasar los días,
desenredar
de a poco,
los temores
de sueños
y pasiones

Calcular las mañanas
y los días
y los minutos 
para estar despierto
Planear la vida
para retenerla
en la mezquina
historia permitida

Arriesgar temeroso
las palabras
y esperar que te 
encuentre mi mirada
y transforme los miedos
en deseos
y los deseos
en palabras.

Escuchar y esperar
que diga algo
que arranque de una vez
tu alma
tanto tiempo 
cuidadosamente
replegada.

Te miro estar
hablar,
esperar, 
que pronto
algo suceda
y mientras
sin querer

me voy quedando.

miércoles, 24 de abril de 2013

Lo que aprendi de vos


Mirando una vez más 
puedo decirte
las tantas cosas 
que no me dijiste
y volver a escuchar
de tus silencios
las miles de palabras
tan guardadas





Cuantas horas
nos lleva iluminar
con paciencia
una ventana
y esperar a la luna
hasta guardarla
para poder de nuevo 
recobrarla

Cómo puede
tan solo una canción
cambiar el ánimo
o quizás un pájaro
o una flor
que crece
de mañana

No se puede olvidar
un gran amigo
y el silencio
de su ausencia 
es compañía
mientras que los colores
cambian
como cambia la vida

Y desafina el alma
que conoce,
una sola melodía
insuficiente
pero necesaria,
para arrullar
los juegos 
y las risas.

Mientras tanto 
el sol dora la cresta
de los andes,
pasan los días
y alguien anda,
silenciosamente, 
jugando una partida
con la vida.




sábado, 2 de marzo de 2013

REALITY SHOW



  Ansiedad, nervios, exigencias. Todo debe estar en su lugar, lo que voy a usar, lo que voy a decir, cómo me voy a parar, qué voy a mostrar, qué voy a ocultar y lo que es más importante aún, en qué escenario. Todos los días nos preparamos para nuestra vida como si participaramos de un reality show.

  Y es posiblemente cierto, porque en cualquier momento alguien o nostros mismos considera que está viviendo un momento digno de postearse, y detiene su vida por un microsegundo para sacar una foto con el celular y subirla a algún lado. En el pequeño reality show que es mi vida elijo qué mostrar y qué esconder como parte de las tareas de la vida cotidiana. El pasado de moda festejo cumpleañero con la torta, las velitas y los tíos, abuelos y amiguitos trayendo algún regalito y jugando a “correr” ya no es aceptable. Mega peloteros, nintendos, videojuegos, animadoras, body painting ... todo es poco para sobresalir en la dura competencia por la mejor escenografía.

  La escuela, la facultad y hasta la académica disertación de un científico ya no pueden permitirse ser simplemente un diálogo, un compartir esforzado y posiblemente aburrido de experiencias; ahi también llega el reality. Ya no se dan conferencias, ahora son presentaciones, tienen que sacudirnos, despertarnos, generarnos interés. La ciencia dice que la mayoría de lo que se escucha no se retiene, de manera que hay que buscar otros medios para reemplazar la voluntad individual de recorrer el camino de la pregunta y la apertura a la búsqueda de respuestas. No hay tiempo para esperar ese proceso. Tiene que ser ya. La máxima eficiencia para aprovechar al máximo esa hora en la que estamos siendo parte de nuestro propio reality show.

  La despersonalización de la era industrial fue el tímido comienzo de un proceso que aún no termina. Decimos que somos de la generación digital, que ahora todo está al alcance de todos, nos llenamos de satisfacción viendónos una y otra vez en la web, tenemos más seguidores en una hora que la desafortunada Marilyn o que el mismo Gandhi.

  Nos miramos al espejo de la web. No más introspección. No es necesario, ahora podemos ver nuestra imagen reflejada en un lago mucho más potente que el del pobre Narciso. ¿Seremos atraídos a él hasta hundirnos? ¿Desapareceremos a través de las exigencias de tener la última computadora, el mejor auto, la ropa de marca, los esmaltes de uñas de colores, el pan proteico con multicereales que nos garantiza la vida saludable?

  Somos extrospectivos, creemos que basta encender las pantallas para conocernos. Conversaciones y más conversaciones, fragmentos de información que llegan entrecortados como piezas que vamos armando como podemos, rápido, sin detenernos demasiado, porque ya no hay tiempo.

  Pensamos que la imagen de Carlitos Chaplin parado al lado de la cadena de producción mimetizándose con una gran maquinaria de hierro es cosa del pasado. Si tuvieramos que hacer una nueva Tiempos Modernos, el celular (mucho más práctico, de bolsillo) sería la gran maquinaria y, en vez de ajustar tornillos, estaríamos simplemente presionando la tecla adecuada.